Hay días en los que el ambiente, lo acontecido en la víspera
o, simplemente, un cambio en el termómetro que marca la temperatura en la
calle, inciden en la programación a seguir. Y, a veces, la mejor opción para
elegir la ruta del día depende de la charla con las amigas a primera hora de la
mañana.
—¿Ordenador o calle? —pregunté.
—Calle —fue la primera respuesta.
—Calle, pero con libreta y cámara —fue la segunda.
Me apresuré a cargar la batería de la cámara y a preparar en
la mochila mi bloc, el boli y alguna que otra cosa, como unas rosquilletas. ¿El
camino a seguir?: hacia Les Panses,
lugar idóneo en el que sentarse a escribir unas líneas mientras se disfruta del
paisaje recién lavado en la jornada anterior.
Cuando me disponía a emprender el paseo, Pilar, desde detrás
del mostrador de la panadería, me advirtió de que un grupo de jubilados estaba
visitando la casa palaciega que hay a la entrada del municipio. Una casa
palaciega de la que yo solamente conocía sus cuadras, por la exposición del belén
que se venía realizando en el lugar cada año por navidad.
Esta casualidad dictaminó mi ruta de la mañana.
Me fui hacia la plaza del pueblo en busca de los
organizadores de la excursión, y allí me encontré con Jorge Raúl, conocido mío
y uno de los miembros de Morvedre
Renascitur, asociación sin ánimo de lucro encargada de esta expedición. Él
me puso al corriente del itinerario de la salida. Consulté mentalmente mi
agenda y en unos minutos ya me encontraba formando parte del grupo de jubilados.
Pude visitar el interior de la gran casa, cuya construcción
parece ser que fue ordenada por Raimundo de Toris, dueño del Señorío de Albalat
allá por 1360. Janfrido Blanes y Catalina Bonastre serían los siguientes
inquilinos del inmueble, así como dueños de la hacienda. El Señorío fue pasando
de unos a otros descendientes, hasta que los vecinos del pueblo, tras años de
litigio, consiguieron los derechos de las tierras, quedando únicamente como
propiedad albalatense de los últimos herederos, la Casa Palaciega y algunas
fincas. No obstante, y pese a su privacidad, la Casa Señorial de Albalat dels Tarongers está catalogada
como BIC (Bien de Interés Cultural).
He de reconocer que quedé un poco decepcionada. La casa está
falta de muchas mejoras de restauración, pero también de limpieza. Algunos
muebles contemporáneos, como una televisión de panza, comparten espacio con
las reliquias de maderas nobles y antiguas. Aun así, me sentí extraña en aquel
lugar. Hacía mucho frío a pesar de que el sol se colaba por todas las ventanas
abiertas a la sierra. Me asomé por cada una de ellas y allí estaba ella,
altanera, vigilándome desde enfrente, con el más alto de sus picos calderones
puesto en pie, desafiante. Miré hacia el río, privado de caudal desde hace
muchos años, y lo imaginé arrastrando las aguas desde las poblaciones de más
arriba. Creí escuchar su voz en las crecidas, ahí, bajo la ventana de la gran
casa. El frío me instó a que abandonara el lugar y volviera a la calle, junto a
los demás visitantes.
En el parking nos esperaba el curioso vehículo, de llamativos
colores, que nos llevaría de paseo por las poblaciones vecinas de Petrés y
Gilet hasta la subida al monasterio de Sto. Espíritu: Un simpático convoy
compuesto por dos vagones arrastrados por una locomotora, tan presumido y
coqueto como los que observamos en las atracciones de las ferias.
Este recorrido me trajo recuerdos de la niñez. Pasamos junto al
colegio de Petrés, donde los niños de infantil estaban en su horario de recreo.
Para ellos fue una fiesta, no solo nuestro desfile —a poca velocidad para que
tuvieran ocasión de ver más tiempo el vehículo—, sino también cómo el conductor hizo un buen uso del silbato,
así como de la campana.
Con el fin de no entorpecer el tráfico, abandonamos la
carretera comarcal que une la población con las vecinas Sagunto y Gilet.
Bordeamos esta última para poder ver, sin apearnos, algunas de sus calles, su
lavadero y parte de la fachada de la iglesia parroquial. Siguiendo el camino
del viejo molino nos adentramos por el
cauce del río Palancia. Sus aguas están detenidas en la presa de Navajas, por
lo que es transitable su lecho. Ahora solo quedaba ya acceder a Gilet para
encaminarnos, con no poca dificultad para el conductor, a uno de los puntos más
emblemáticos y bellos de la sierra Calderona: Santo Espíritu del Monte,
monasterio franciscano convertido hoy en hospedería.
El ascenso hasta el parque se hizo lento, pero la panorámica merece realizarlo con demora. El paisaje es de tal belleza que, atraída por su diversidad cromática, prescindí de la entrada al monasterio. Allí, en el interior, seguramente alguien les contaba a mis compañeros de viaje que fue fundado por María de Molina, previa donación de los extraordinarios terrenos por parte de la viuda de Pere Guillén, señor de Gilet, posiblemente a comienzos del siglo XV. Los pondrían al corriente de la historia que atesoran estos muros, y de cómo han llegado a convertirse, a día de hoy, en un lugar privilegiado de descanso. Algunos de los jubilados se recrearían en los objetos expuestos en el museo, otros tal vez tomaran nota del nombre de Fray Pedro Vives para consultar más tarde la labor llevada a cabo por el misionero. Quizá alguien se perdiera en otras escenas acaecidas entre estas gruesas paredes, observándolas cómo el último abrigo del agonizante, cuando en los difíciles años de contienda las dependencias que ahora pisa fueron convertidas en hospital.
Mientras unos y otros se perdían en escenarios diversos ocurridos muchos años atrás, yo permanecía frente a la estatua del misionero, junto a las flores que rodean el patio, paseando por su suelo viejo y asomándome hasta alcanzar con la vista la cruz de uno de los picos de la sierra. Ese pico más cercano al que tantas veces subieron los jóvenes de mi generación en los días de «mona». Finalmente, y aunque el edificio impedía mi visión de la parte trasera del monasterio, me acerqué hasta el terreno poblado de trasnochadas garroferas. Evocaba instantes que nada tienen que ver con mi excursión ni con el recinto. En silencio recité los versos al pie del algarrobo triste, y mientras lloraba de nuevo su pena, reanudé mi búsqueda de una sonrisa en el cielo de la Calderona.
La excursión llegaba a su fin y los viajeros debíamos volver al tren para regresar a Albalat dels Tarongers. Las ardillas, dueñas del parque, trajinaban ajenas a mis pensamientos que, poco a poco, iban desprendiéndose del poema. Volvimos al cauce del río. Por su margen hicimos el camino de regreso al parking de Albalat. Allí, un autobús esperaba ya al grupo de jubilados para llevarlos a comer.
Yo, tras dar las gracias a Raúl de Renascitur, me despedí de todos y les deseé buen viaje. Me dirigí a casa pensando en que quizá otro día podría salir con mi libreta y mi cámara, dispuesta, de nuevo, a dar un paseo hasta Les Panses.
Fechas y nombres tomados del libro: ALBALAT DELS TARONGERS - APROXIMACIÓ A LA HISTORIA, CULTURA Y TRADICIÓNS D'UN POBLE, de CARLES A. PRATS. Editado por el Ayuntamiento de Albalat dels Tarongers (1998).
Y de los siguientes blogs:
http://mayores.uji.es/blogs/antropmorve/2012/03/09/historia-de-santo-espiritu-en-gilet/
http://www.gilet.es/es/content/monasterio
Imágenes: L. Estal.
El ascenso hasta el parque se hizo lento, pero la panorámica merece realizarlo con demora. El paisaje es de tal belleza que, atraída por su diversidad cromática, prescindí de la entrada al monasterio. Allí, en el interior, seguramente alguien les contaba a mis compañeros de viaje que fue fundado por María de Molina, previa donación de los extraordinarios terrenos por parte de la viuda de Pere Guillén, señor de Gilet, posiblemente a comienzos del siglo XV. Los pondrían al corriente de la historia que atesoran estos muros, y de cómo han llegado a convertirse, a día de hoy, en un lugar privilegiado de descanso. Algunos de los jubilados se recrearían en los objetos expuestos en el museo, otros tal vez tomaran nota del nombre de Fray Pedro Vives para consultar más tarde la labor llevada a cabo por el misionero. Quizá alguien se perdiera en otras escenas acaecidas entre estas gruesas paredes, observándolas cómo el último abrigo del agonizante, cuando en los difíciles años de contienda las dependencias que ahora pisa fueron convertidas en hospital.
Mientras unos y otros se perdían en escenarios diversos ocurridos muchos años atrás, yo permanecía frente a la estatua del misionero, junto a las flores que rodean el patio, paseando por su suelo viejo y asomándome hasta alcanzar con la vista la cruz de uno de los picos de la sierra. Ese pico más cercano al que tantas veces subieron los jóvenes de mi generación en los días de «mona». Finalmente, y aunque el edificio impedía mi visión de la parte trasera del monasterio, me acerqué hasta el terreno poblado de trasnochadas garroferas. Evocaba instantes que nada tienen que ver con mi excursión ni con el recinto. En silencio recité los versos al pie del algarrobo triste, y mientras lloraba de nuevo su pena, reanudé mi búsqueda de una sonrisa en el cielo de la Calderona.
La excursión llegaba a su fin y los viajeros debíamos volver al tren para regresar a Albalat dels Tarongers. Las ardillas, dueñas del parque, trajinaban ajenas a mis pensamientos que, poco a poco, iban desprendiéndose del poema. Volvimos al cauce del río. Por su margen hicimos el camino de regreso al parking de Albalat. Allí, un autobús esperaba ya al grupo de jubilados para llevarlos a comer.
Yo, tras dar las gracias a Raúl de Renascitur, me despedí de todos y les deseé buen viaje. Me dirigí a casa pensando en que quizá otro día podría salir con mi libreta y mi cámara, dispuesta, de nuevo, a dar un paseo hasta Les Panses.
Fechas y nombres tomados del libro: ALBALAT DELS TARONGERS - APROXIMACIÓ A LA HISTORIA, CULTURA Y TRADICIÓNS D'UN POBLE, de CARLES A. PRATS. Editado por el Ayuntamiento de Albalat dels Tarongers (1998).
Y de los siguientes blogs:
http://mayores.uji.es/blogs/antropmorve/2012/03/09/historia-de-santo-espiritu-en-gilet/
http://www.gilet.es/es/content/monasterio
Imágenes: L. Estal.
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