Dicen en los medios y en las redes sociales que hoy es San Jorge
y, además, el Día Internacional del Libro.
En muchos municipios y ciudades se están llevando a cabo
actos literarios. Menos en el municipio donde vivo. Aquí parece que se vive de
espaldas a la cultura y solo se celebran “Los Días de…” dedicados al culto.
Pero yo estaba invitada a la jornada de lectura que se realiza durante todo el
día en el que es mi pueblo de origen, en Puerto Sagunto. No he podido ir. Me he
levantado tarde y he perdido el único autobús que pasa por aquí. No obstante, y
aunque de forma individual, he seguido el protocolo de la rosa y el libro.
No he comprado ninguna flor, tan solo una plantita de albahaca,
a Paco el de la ferretería, en un macetita sencilla, por 1,50 euros. Ya veis…
bastante económica la primera parte del evento literario. Pero no he renunciado a
deleitarme con las rosas. Las he visto en el parque vecino y han posado para
mí, de frente, de lado y desde abajo.
Ahora le toca el turno al segundo elemento del día: El libro.
Como soy de disciplina complicada, no me he dejado llevar por
los textos de la mística Teresa ni por el apuesto Hidalgo o cualquier otro de
los clásicos, leídos con entusiasmo quizá por ser lo que toca hoy. No… yo hoy me he decidido por otra
cosa. Sencillita y humilde como mi albahaca y las rosas del parque —sin olor
pero con espinas afiladas a modo de defensa—
Este que veis es un libro de poemas de José Pérez López. Él
lo titula «Poesía a un ser querido». José (Pepe) escribe sus poemas, los recopila
y luego su hermano menor se encarga de llevarlo a una de las imprentas
locales para encuadernación. Hace unos cuantos ejemplares, los justos para
repartir entre sus allegados. Aunque algunos no lo valoran a él eso no lo
detiene. Yo tengo la suerte de contar con uno de esos ejemplares dedicado, a pesar de conocer a José Pérez
desde hace apenas un mes.
Para mí estos poemas
tienen un gran valor. Su autor nunca fue poeta, nunca le dio por escribir. Pero un mal día se quedó solo. Su compañera
en la vida se quedó dormida y nunca más abrió los ojos. José descubrió entonces
que la pluma aliviaba su duelo. Nada había que le devolviera a su esposa pero
él seguía hablándole cada día, y lo hacía con una voz diferente, susurrando
versos.
Yo lo conocí una tarde en que visité la Escuela de Adultos de
mi municipio. En el taller de escritura habían estado leyendo mis
libros, y como me sabían cercana me invitaron a que les hablara de ellos. Allí
mismo leí uno de estos poemas de José y sentí un agradable cosquilleo al verlo
emocionado. Yo también me emocioné. Creo que ambos pensábamos en su mujer.
Este que transcribo es uno de los poemas que se incluyen en su primer
libro (el segundo está en imprenta):
«El Universo que veo
Desde aquí de donde
estoy
Es como un amanecer
Con las estrellas
fugaces
Con toda su
brillantez.
Hoy es tiempo de
pensar
Que mañana será otro
día
Para contemplar las
estrellas
Que hay en el
firmamento
Donde podrían estar.
Es curioso ver la
gente
Como miran hacia el
cielo
Cuando se hace de
noche
Es solo curiosidad
O es que se ve algo
raro.
Lo normal es que se
vean
Estrellas de mil
colores
Que relucen como el
sol
El sol que sale de día
De noche da
resplandor.
La luna tiene su
horario
Eso lo sabemos todos
Hay veces que sale
llena
Otras veces sale un
cuarto
Pero siempre por su
lado
Ahora es Marte la
estrella
Hay científicos que
dicen
Que allí se puede
vivir
Están preparando un
viaje
Para no volver de
allí.
¿Y qué dirán los
marcianos?
Ellos no se conformarán
No pasará mucho tiempo
Con su lengua nos
dirán
Que les pisamos su
suelo.»
-JPL-
José tiene 84 años y
la poesía le hace sentirse menos solo.
(Al trascribir el poema he mantenido la sintaxis y ortografía tal y como está en el libro)
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