Recordad siempre que el demonio, antes que demonio, fue
ángel.
Hay un cura por ahí —dicen que muy falangista él—, que se ha
permitido juzgar al actual Papa, diciendo de él que es el «anticristo» y,
además, que «va a ser el último Papa»
Ciertamente, este Santo varón, portavoz de Dios en la tierra,
anda haciendo, desde que llegó a la jefatura de la iglesia católica,
controvertidas declaraciones. Ignoro si las hace porque se ha dado cuenta de
que no se puede ya ir por ahí engañando al personal con dogmas propios de la
ciencia ficción, o porque teme quedarse sin el suficiente relevo generacional
que permita a sus sucesores seguir explotando el tema que les proporciona el
sustento.
Sea como fuere, he visto a pocos —o a ninguno— de los amigos
sacristanes, monaguillos o supersticiosos que aún conservo, hacer un solo
comentario al respecto de las palabras del Papa argentino.
Ignoro —porque soy muy ignorante en esto de la jerarquía
divina— si ser demonio y anticristo es lo mismo. Si no entendí mal cuando
todavía me tenían secuestrada en la secta, el demonio antes que demonio fue un
ángel. Sí, «el Ángel Caído»; caída ésta que, una vez despojada de todo
misticismo y tratada con los conocimientos actuales, no viene a ser otra cosa
que un tránsfuga político. Por lo visto, esto de no acatar la disciplina del
partido ya viene de lejos.
Ahora también proliferan los ángeles caídos —o intentan
caerse pero no los dejan los miembros de su comunidad—. Reconozco que hay que
ser valiente para dejarse caer al vacío. No obstante, hoy es más fácil, «de
momento», la caída. Hasta hace unos cuantos siglos a los que lo conseguían los
quemaban vivos en una hoguera. Esto lo siguen haciendo a día de hoy los
dementes fanáticos de unas hordas cuyo nombre prefiero omitir. Como decía, hace
unos siglos los quemaban en una hoguera, y hace unos cuantos años los fusilaban
en las orillas de las carreteras o en las tapias de los cementerios. No había
ya hoguera porque quedaba como muy trasnochado, pero había un «garrote vil» que
no se dejaba oxidar.
Demonio, hereje, rojo, anticristo…, demasiados sustantivos
para definir a quien discrepa y se cuestiona las palabras del resto de la
tribu. ¿El mito de la caverna?, quizá. No podría asegurarlo. Mi formación no
llega tan lejos, aunque sí mis pensamientos.
Y como ya acabo mi desayuno y queda trabajo por delante en esta
jornada, previa a las vacaciones, aquí finaliza mi reflexión tras leer las
declaraciones de ese siervo del único dios, ese párroco que muestra con orgullo
los símbolos falangistas en el interior de su sacristía.
Tan solo una cuestión me queda rondando en la cabeza mientras
retiro la taza del café con leche y el paquete de cereales de la mesa: «Si hoy,
en la era de internet, los medios de comunicación nos manipulan a su antojo,
¿cuánto no se habrá manipulado nuestra mentalidad —y la historia misma— cuando
los únicos que sabían escribir eran, precisamente, los curas que vivían en el
interior de los conventos?
Pero bueno… no me hagáis mucho caso, eso de la manipulación, es
otra historia.
Buenos días y que el calor os sea leve.
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