En este paréntesis abierto entre la escritura y el próximo
acontecimiento -que espero con alegría- me estoy dedicando a leer textos antiguos.
Aunque lo leído no tiene nada que ver con la poesía, sí me ha venido a la mente algo de lo que comentamos
en la última cita poética en la que estuve como invitada. Si no me equivoco, surgió por parte de
uno de los asistentes la referencia a la profundidad de muchos poemas,
profundidad que nos impide en no pocos casos, llegar a comprenderlos. Extremadamente
profundos «o enrevesados» hasta el punto de perderme intentando hallar su significado, yo me conformaba con las palabras que un día me
dijera una persona querida: La poesía no hay que entenderla, sino sentirla.
Hasta hace unos cuantos años estuve convencida de que nunca
podría aficionarme a este género porque no entraba en mis capacidades el
entenderlo. «Qué bueno debe de ser este poema porque no entiendo nada.» dije en
más de una ocasión. Tal era mi ignorancia que creí no llegar nunca a leer y disfrutar a los más grandes autores. Sus textos poéticos se me antojaban adivinanzas, y cuando intentaba escribir
yo algún poema ateniéndome al ritmo y la medida, me parecía algo similar a un
entretenimiento de sopa de letras o cualquier otro crucigrama. No le encontraba
el arte y la belleza por ningún sitio. Los sudokus me entretenían mucho más.
Aún hoy me mantengo en la ignorancia, pero ya no me
avergüenzo. Al contrario, ser consciente de ella me sirve para crecer. No
me conformo con sentir, también quiero saber el porqué, y si me identifico o no
con el poema, con el texto o con la idea de mi interlocutor, sea poeta, pintor,
periodista, diseñador o político. No me sirven todas las ideas como no me sirve
todo el paño con que se confecciona mi abrigo.
Hoy he leído un ensayo, de esos antiguos. Un ensayo sobre la elocuencia, en el que he subrayado algunas líneas
porque me ha llevado a pensar en aquello de: «Esto debe
de ser muy bueno porque no entiendo nada». El autor, en un momento de su
discurso viene a decir algo así como que es de una gran torpeza hablar
de manera que te entiendan pocos y te admiren muchos, y esos muchos sean ignorantes e idiotas.
Me ratifico en lo que comento al principio de estas líneas: Lo
leído en este ensayo nada tiene que ver con la poesía. No obstante no dejo de
pensar en ella y asumo las palabras del autor que sí aplico, a día
de hoy, a mi modo de verla y hasta de escribirla, cuando me atrevo a ello: Hay
que dar a la oración una hermosura natural y no afectada armonía.
El ensayo finaliza con estas palabras que considero bastante interesantes:
Con mucha atención leí
Muy de propósito pensé,
Diligentemente escribí.
LAUS DEO
1727
Ilustración: B. Estal
Texto al que hace referencia esta entrada:
Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española - Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781) - de la Antología TEXTOS LITERARIOS MODERNOS (SIGLOS XVIII Y XIX) de Margarita Almela Boix.
Lo importante es lo que creías al principio, que la poesía hay que sentirla. Si un poema no te conmueve, es que algo falla.
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