Hoy hemos despedido a Antonia. A la real. A la que me prestò su nombre y su mirada. A la que un dìa, sin apenas darse cuenta, se le empezaron a olvidar las cosas sencillas, las cotidianas... y hasta los nombres y las horas.
Olvidò que tenía cinco hijos. Bueno, cinco hijos no, cuatro hijas y un hijo. Y que tenia nietos y bisnietos, chicos y chicas. Pero no olvidò que tenía un padre y una madre en Puerto de Sagunto. A veces los nombraba. Yo la oì nombrarlos en varias ocasiones. Nunca la vi triste. Le gustaba recibir visitas aunque no las conociera. Se le iluminaban los ojos. Se fijaba en los mìos y acariciaba la peca oscura de mi mejilla. Me ofrecía parte de su merienda. Querìa compartirla conmigo porque no le parecía correcto que ella tuviera sus «sopitas» de café con leche o malta y yo no tuviera nada.
En la residencia, en su silla, siempre estaba aseada; bien vestida y peinada.
Hoy, al medio dìa, a esa hora que tenía nombre propio, «la del Àngelus» también estaba aseada. Nos hemos atrevido a mirarla durante unos instantes. No estaba guapa. Estaba «bella» Una belleza especial, serena y dulce. La belleza como último equipaje. Emprendìa el viaje...
Al otro lado, sus hermanas la esperaban.
Fotografìa LEH
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