miércoles, 10 de octubre de 2018

El tanatorio





Hoy vuelvo a pensar en la muerte. Acaso sea por lo vivido durante el sueño en la pasada noche: Mi vieja casa, la de mi madre unos metros más abajo, un camino de tierra con surcos en el centro, preparados para la plantación de algunos vegetales o plantas de pequeño tamaño, mi padre mostrándome y guiándome por ese camino, mi madre esperando mi llegada.

Mientras desayuno abro los enlaces en la red y me detengo en los homenajes. Ahora es el turno de una gran poeta fallecida hace unos meses. Una mujer cuya obra me impresiona.

La muerte y la enfermedad permanecen en mis pensamientos a lo largo de la mañana. Contemplo un tanatorio, el tantas veces visitado. Reconozco todas sus salas, la distribución de los asientos, los caramelos de colores en las mesas. Reconozco también cada uno de los rostros anfitriones al otro lado del cristal que los separa de los vivos. A cada uno lo recuerdo en su momento. A los otros, los más míos, los adivino bajo la siniestra tapa de madera. Me abro paso a través de las coronas y ramos de flores que cubren el féretro. Y los pienso, allí dentro, cómodamente acoplados ahora que sus cuerpos ya no sienten dolor.

La muerte se me insinúa. Quizá sin prisas, pero su presencia es constante en mis pensamientos. Curiosamente no le temo. Juego con ella. Le digo que si me muriera hoy el tanatorio se llenaría de gente. Unos vendrían por amor a mi persona y a mi familia, otros por compromiso y los más por curiosidad. En mi visión contemplo el dolor en los ojos de mis hijos y de mi marido, y gestos de sorpresa en algunos de mis familiares y amigos.

Intento bromear conmigo misma: «Que las chicas de la funeraria me dejen bien guapa para emprender el camino. Y si su trabajo es tan bueno que estoy más bella muerta que viva, no me inhuméis ni incineréis. Disecadme y hacedme un sitio en la mesa cada Noche Vieja.»

La muerte se enfada y se desvanece de mis pensamientos. Con ella no se bromea. El tanatorio también desparece, cierra sus puertas y yo vuelvo a mi rutina, a mirar por la ventana cómo se disipan las nubes dejando paso al tímido sol de un nuevo otoño.

La comida ya está hecha, la casa en orden y mi cuaderno sobre la mesa de la sala retándome, esperando que tome de nuevo el bolígrafo de gel azul.

Con lentitud escribo las primeras líneas…  «Pensando en la muerte...»



Fotografía: Lestal.


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