Hoy vuelvo a pensar en la muerte. Acaso sea por lo vivido
durante el sueño en la pasada noche: Mi vieja casa, la de mi madre unos metros
más abajo, un camino de tierra con surcos en el centro, preparados para la
plantación de algunos vegetales o plantas de pequeño tamaño, mi padre
mostrándome y guiándome por ese camino, mi madre esperando mi llegada.
Mientras desayuno abro los enlaces en la red y me detengo en
los homenajes. Ahora es el turno de una gran poeta fallecida hace unos meses. Una
mujer cuya obra me impresiona.
La muerte y la enfermedad permanecen en mis pensamientos a lo
largo de la mañana. Contemplo un tanatorio, el tantas veces visitado. Reconozco
todas sus salas, la distribución de los asientos, los caramelos de colores en
las mesas. Reconozco también cada uno de los rostros anfitriones al otro lado
del cristal que los separa de los vivos. A cada uno lo recuerdo en su momento. A
los otros, los más míos, los adivino bajo la siniestra tapa de madera. Me abro
paso a través de las coronas y ramos de flores que cubren el féretro. Y los
pienso, allí dentro, cómodamente acoplados ahora que sus cuerpos ya no sienten
dolor.
La muerte se me insinúa. Quizá sin prisas, pero su presencia
es constante en mis pensamientos. Curiosamente no le temo. Juego con ella. Le digo
que si me muriera hoy el tanatorio se llenaría de gente. Unos vendrían por amor
a mi persona y a mi familia, otros por compromiso y los más por curiosidad. En
mi visión contemplo el dolor en los ojos de mis hijos y de mi marido, y gestos
de sorpresa en algunos de mis familiares y amigos.
Intento bromear conmigo misma: «Que las chicas de la
funeraria me dejen bien guapa para emprender el camino. Y si su trabajo es tan
bueno que estoy más bella muerta que viva, no me inhuméis ni incineréis. Disecadme
y hacedme un sitio en la mesa cada Noche Vieja.»
La muerte se enfada y se desvanece de mis pensamientos. Con ella
no se bromea. El tanatorio también desparece, cierra sus puertas y yo vuelvo a
mi rutina, a mirar por la ventana cómo se disipan las nubes dejando paso al
tímido sol de un nuevo otoño.
La comida ya está hecha, la casa en orden y mi cuaderno sobre
la mesa de la sala retándome, esperando que tome de nuevo el bolígrafo de gel
azul.
Con lentitud escribo las primeras líneas… «Pensando en la
muerte...»
Fotografía: Lestal.
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