domingo, 12 de mayo de 2019

El trayecto






De nuevo en el autobús. Y qué distinto se me antoja este trayecto de aquel otro… En este nadie habla, nadie se conoce, nadie tose con su tos desde dentro y nadie me incita al texto. Ahora cada uno va a lo suyo. Y lo suyo es el sueño, el teléfono móvil y, sorprendentemente, un libro.

Todas las filas de asientos están ocupadas por un solo usuario. Ocupan ambas plazas, una para sentarse y la otra para depositar su bolsa y chaqueta. No importa si el autobús va lleno, no prestan atención al recién incorporado al pasaje. Tampoco se preocupan si este último viajero tiene algún asiento libre más atrás.

Yo, como siempre, busco acomodo en un hueco al principio de las filas. En el lado que me permite ver el mar. ¡Se ve tan bonito desde la autovía! Más tarde me reñirá por haber escogido este lugar. «De mitad para atrás y del lado opuesto al del conductor» me aconseja siempre él, tan veterano en esto de viajar en autobús, tan recordando muchas veces el trágico accidente.

Ya no me fijo en los rostros de mis compañeros de trayecto. No me pregunto cómo serán sus vidas. No me interesa. Son personas anónimas que nada me aportan. Eso era antes, en los otros viajes donde las caras del pasaje eran ya familiares, donde sus historias, contadas en voz alta al conductor habitual, inspiraban mis apuntes.

Ahora es otra mi ruta y yo también me aíslo. En el interior de mi concha prescindo de mi escritura en el bloc de notas del móvil. Ya me dispongo a disfrutar del silencio mientras contemplo, desde mi asiento en el lugar desaconsejado por él, el paisaje marino que tanto echo de menos desde mi terraza rodeada de colinas y de campos desamparados y yermos.



Fotografía: El mar desde la autovía

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