En nada nacerá un nuevo paisaje
Lo anuncia la luz que entra por la ventana
Y la voz del gorrioncillo que en el nido habita
Apremia la arena en este reloj antiguo
Se desprende apresurada
Antes que alcance el vacío…
Uba unta su tostada mientras yo me abrazo a Lorca. «El
viento en las vidrieras no me alcanza» y no altera mi ánimo el volumen de las
hojas muertas en el suelo del parque. Siempre de lluvia y a veces de otoño, mi
invitada muda su piel como las ramas que se desnudan en la copa del árbol.
Parece no haber ya inviernos. La nieve escasea. Arriba en la
montaña la tierra del suelo se endurece, y el camino se muestra propicio para
la próxima carrera. Las aves huirán despavoridas a otros cielos vecinos; los
corazones de los animalillos del bosque palpitarán bruscos y desorientados en
las oquedades de los riscos y de los troncos más viejos; los pequeños insectos
y las florecillas silvestres que bordean el barranco, marchitos sus colores,
perecerán bajo el peso devastador de las suelas que calzan los corredores de la
montaña…
Uba adivina la tragedia en el bosque. Impotente toma su café
y su tostada untada de mieles y tristeza. Yo, impotente también, la observo,
poso mi mano en su hombro y me vuelvo con Lorca a mi butaca.
Fotografía: LEH
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