Y un día te das
cuenta de que los recuerdos se deforman.
En tu lectura del día, el autor del libro ha escrito acerca
de aquella primera casita que todos una vez dibujamos: aquella cuyo techo acababa en pico, con un
arbolito al lado y unos escasos cuatro trazos que, supuestament, mostraban all perro.
Una casa baja, nada que ver con los edificios colmenas
actuales; un perro que habita en el exterior, alejado del confort del aire
acondicionado y del sitio privilegiado en el sofá frente al televisor -«mascotas», los llamamos ahora-; el árbol erguido sobre la tierra que lo
sustenta…
Y tú interrumpes la lectura porque quieres recordar aquella
primera casa que dibujaste. Y buscas en vano aquellos trazos que debían
ser la figura del perrito. Cuando recibes la imagen de tu dibujo compruebas que, efectivamente, el tejado de tu primera casita termina en pico, pero la ves lejana, borrosa. Y ves también la mesa y la silla en aquel cuarto donde te
esmerabas trazando las líneas, escogiendo los colores Alpino. Y adivinas el
remate de aquel techo en pico, en el que, a modo de punto final del trabajo,
dibujabas aquella pequeña cruz.
La mañana ha entrado de lleno por la cristalera de la
terraza. Es hora de apagar la lamparilla de lectura y subir las persianas
permitiendo que el sol se instale en toda la casa. Piensas que el tiempo
primaveral que nos acompaña desde hace semanas no se corresponde con la
estación actual, pero agradeces el calor del sol que te evita el consumo
excesivo de luz.
Aún te queda media hora de lectura, pero cierras el libro y
te permites escribir unas líneas en tu bloc de notas, a la vez que buscas en
los recuerdos más recientes del pasado fin de semana, esa casita/palacio que dibujaste
con tu nieto mientras se terminaba de hornear la lasaña.
-Febrero 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario