He vuelto
a la casa. El portal tan oscuro como siempre; el primer tramo de escalera de la
finca; la puerta aquella, desde hace tiempo tapiada por dentro. La casa vecina
en la primera planta, en silencio; el foco de la luz amarillento, «PRIMER
PISO».
Al introducir
la llave en la cerradura ha sido como dar un salto en el tiempo. La casa me ha
recibido como si estuviera llena de vida. Ahí en la cocina, sobre uno de los
armarios, el radiocasete peleando por una parcela de espacio entre la bolsa de
tela del pan, el frutero, un libro y una pequeña caja «pongotodo» colmada de
objetos varios.
Ella está
ahí. Canturrea la música que reproduce la casete: Por ella fue la luz y el tormento… Todavía no sabe que un día
aborrecerá al intérprete por sus declaraciones, pero también por no poder
aborrecer al mismo tiempo esas canciones.
Aún lleva
el cabello largo y oscuro. Canta y friega los platos con semblante serio. Se sabe
la letra de la canción y el modo mecánico en que ha de administrar el Mistol en el Scotch Brite y de frotar el cazo por dentro para que no quede resto
de leche adherida en sus paredes. Ignoro qué estará pensando. Es capaz de
realizar varias tareas a la vez mientras en su cabeza ordena cuáles y cómo van
a ser las siguientes.
Termina
el «Por ella» de Soto casi al mismo tiempo que el friegue de los platos, pero
ella sigue cantando y a ratos hasta sonríe. El reloj de cocina le avisa. Es la
hora. Se desprende del delantal, para el radiocasete y va hasta el aseo para
soltarse la pinza de la melena y peinarse. Sin apenas mirarse en el espejo se
pone colorete, cubre ojeras bajo y sobre los párpados y pinta los labios. Con agilidad
y decisión cambia de calzado y toma su bolso y su chaqueta.
La veo
salir apresurada. Casi son las doce. La campana del colegio avisará en unos
minutos de la hora de salida.
Ahora la
casa se queda en silencio. Yo recorro cada habitación y respiro las presencias
que aún permanecen atrapadas, tras las capas de pintura que con el tiempo las
han ido cubriendo…
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