Cuando la vida y los logros se cuentan en likes yo me escapo hasta la sierra. Voy en busca de la magia de aquel tronco y me asomo en busca de su savia muerta. Es mi árbol grande. Es mi gran árbol. Está seco, lo mismo por dentro que por fuera.
No me importa. No me canso de mirarlo. Siempre que subo lo busco en un lado del camino. Apenas noto el cansancio cuando me sale al encuentro. Está hueco y parece la casita de unos trasgos. De nuevo una foto, para el álbum. Creo que se va afinando de un año para otro. Lo siento triste, con la tristeza de otros que visito.
Hay árboles tristes, como los hay alegres. Al otro lado de la loma hay uno que recuperó la alegría. También estaba triste hasta que su base cobijó en su seno la esencia del artista.
Fui a visitarlo hace unos días. Acaricié la tierra donde se asienta su tronco. No está seco pero es viejo. Vive entre la sierra y el mar. Yo le recito unos versos antes de despedirme. Por si acaso mi voz atravesara el sustrato de esa tierra rodeada de broza.
Alguien había dejado a un lado una bolsa con arenilla cristalizada en su interior. La bolsa estaba rota. Nos atrevimos a profanarla extiendo aquellos cristalitos sobre la tierra. No debieron dejarla a la intemperie. Debieron cavar en la base de otro árbol donde la tierra no mostrara mucha resistencia.
Vuelvo al valle. El puente y el campanario de la iglesia me dicen que ya estoy en casa. Aunque en realidad no es esta mi casa ni este mi valle.
Vuelvo con la garganta seca y con el dolor intacto.
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