CAPÍTULO
FINAL
Al
escuchar las palabras del búho el pato sintió ganas de gritar, pero no pudo
articular las palabras. Era espectador de aquellos momentos mas no podía
intervenir en ellos porque para hacerlo tendría que ser como uno de aquellos
animales, y hacía mucho tiempo que ya no lo era. Comenzó a sentir el peso de la
impotencia y su consciencia inició el descenso hacia un abismo oscuro. Algo
oprimía sus alas y le impedía abrir los ojos.
Durmió
durante días y cuando despertó, reconoció el rostro de uno de los doctores de
El Bostezo que, vistiendo su bata blanca, le preguntó cómo se encontraba. El
pato miró a su alrededor y comprobó que se hallaba en una habitación del
hospital. Recordó vagamente fragmentos de sus últimos momentos, previos al
sueño en el cual volaba, y tan sólo pudo recordar que se había excedido en su
dosis de droga.
De
pronto se sobresaltó al darse cuenta de que su salud andaba muy mal y de que
estaba a merced de los compañeros que él tanto conocía; aquellos que ejercían
la Medicina entre bostezos. Se sintió indefenso ante ellos y se resignó a
esperar el final.
Poco
a poco, una sensación muy extraña se fue apoderando de él. Era un dolor inmenso
en alguna parte de su cuerpo, pero no podría responder en qué parte de aquel
cuerpo estaba situado. Entonces recordó las historias que sobre el alma le
contaba un anciano en la antigua clínica, alma que el pato por ser un animal
irracional no creía poseer. Sin embargo, ahora sabía que se había equivocado
todo el tiempo. Debió de tenerla siempre, pero solamente ahora que le dolía, se
percataba de ella.
Y
así, con aquel fuerte dolor en el alma, el Pato Doctorado expiró en la fría
sala de un hospital rodeado de sus colegas abostezados, aquellos a quienes como
a él mismo, la bata blanca les quedaba grande. Comprendió que durante su sueño,
poco habrían hecho por devolverle a la vida, pues por la falta de práctica ya
no sabían cómo hacerlo y, víctima de aquel sistema racional capaz de volver
necios a los cerebros más sabios, se despidió de aquel mundo que tanto hubo
admirado.
D. Estal.
Enero de 1999.
A Bárbara, quien, en el
transcurso de veinte horas, fue diagnosticada de lumbago y medicada con nolotil
por tres facultativos diferentes, dos de atención primaria y uno de la residencia
sanitaria, muriendo de madrugada en la puerta de urgencias de dicha residencia,
a la que fue llevada por insistencia de su propio marido, que no por iniciativa
de los médicos de guardia del ambulatorio del municipio.
Han pasado más de 13 años, y su
expediente continúa estancado en uno de los juzgados de la ciudad, debido, sin
duda, al exceso de trabajo acumulado por la falta de personal.
Conocida de todos es la lentitud con la que a veces trabaja la justicia, y también la forma en la que esta se administra. De ello tenemos ejemplos más que suficientes, sobre todo en los últimos tiempos.
Nadie dijo nunca: “Lo siento”.
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