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Rosita continuó contándole a Calixto cosas de su Puerto. Allí, en los años de
su infancia, ella había sido testigo desde la ventana de su habitación, de la
forma en que la Guardia Civil cargaba contra los grupos de los trabajadores de
la Siderurgia cuando, al llegar el Primero de Mayo, estos se echaban a las
calles reivindicando mejoras salariales.
—No
permitían que un grupo de hombres se reuniera en las calles y
mantuvieran una conversación —decía—. Si había más de dos hombres juntos,
cargaban contra ellos y les pegaban con las culatas de sus fusiles. Muchos de
estos trabajadores, con sus ropas azules de trabajo cubiertas con manchas de
grasa, corrían por las calles Teodoro Llorente, Segorbe y Ruiz de Alda hasta
llegar a los campos de naranjos al otro lado de La Pared de Noguera. Una vez
allí, los campos daban cobijo a los trabajadores porteños y saguntinos.
Aquellos naranjos los arropaban con su manto verde, y desde allí, una vez a
salvo de los fusiles, podían llegar hasta los barrios de Churruca o de El Padre
Jaime.
»Quienes peor lo tenían eran aquellos que
vivían en los alrededores de la Tenencia de Alcaldía o de la fábrica, donde se
albergaba el grueso de las Fuerzas del Orden. Los trabajadores que vivían en la
parte alta de la ciudad, en Sagunto, tenían que sortear los seis o siete
kilómetros que había de distancia, a través de los campos […]
Muy apropiado!
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