Los
ecos del invierno se difuminan por el aire y las aves han vuelto por mi plaza
que ya se viste de verde. Los niños pronto estarán de vacaciones y los barrios
se engalanan para abrazar los monumentos falleros; nuestras bandas afinan sus
instrumentos y ensayan sus pasacalles mientras en el aire se aprecia el olor a
pólvora. Los artistas falleros dan los últimos retoques a sus obras y las damas
falleras ya tienen sus vistosos trajes a mano…
Hace
apenas unos meses, el teclado del ordenador me hablaba de nieves y de concursos
literarios, y hoy, cuando veo cubrirse las copas de los árboles con el tinte de
sus hojas, el polen adherido a las baldosas de mi terraza me indica que la
primavera llega y se instala sin pedir permiso.
Apenas
recuerdo ya la mañana de Reyes y los rosquitos que por San Blas acompañaban mi
café de sobremesa en los primeros días de febrero. Las actividades llevadas a
cabo durante las jornadas reivindicativas en la semana del Día de la Mujer
Trabajadora, aun habiéndose realizado tan recientemente, ya dan paso a otras
actividades y otras jornadas culturales.
A veces me da la sensación de que, a medida
que pasan los años, éstos cuentan con menos meses. Es como cuando se recoge la
mesa después de comer y, casi al instante, ya te encuentras colocando de nuevo
el mantel para la cena. La vida es un continuo ciclo hasta en los detalles más
cotidianos, como el de poner o quitar la mesa. Un ciclo repetitivo del que
apenas nos percatamos.
Es
quizá por eso que, inmersos en la rueda de lo habitual, no nos damos cuenta del
paisaje por el que rodamos.
Yo,
de momento, llegadas tan altas horas de la noche, me entregaré al sueño y por
entre los huecos de las escenas ensoñadas permitiré colarse los colores y los
aromas de una primavera tan hermosa como las anteriores. Cuando despierte
dejaré correr los días, y, amarrada a mi rueda, giraré en mi camino sin
retorno. Me deleitaré una vez más con los fuegos artificiales de la Nit del Foc, y sin apenas darme cuenta,
el olor de la pólvora habrá dejado paso nuevamente, como cada año, al crepitar
de las hachas por calles empedradas, elevadas en el crepúsculo por manos
fervorosas.
Pasaré
de largo sin prestar oídos a saetas y tambores, y esperaré, con paciencia,
sentada en la ribera del Palancia. No sé exactamente a qué altura del cauce me
sorprenderá la noche, ni si mis pies hoyarán entre sus piedras en busca del
agua vieja.
De
lo que estoy segura, es que una vez más, me apearé de la rueda y prepararé mis
cañas y mis estampas gigantes; amasaré la harina con el agua hasta alcanzar la
consistencia óptima, y confeccionaré una larga cola con papeles de colores. De
esta guisa y sentada en una piedra, me entregaré a la tarea de fabricar mi milotxa. Aguardaré hasta que la arboleda
me indique que la danza del aire es la idónea y, llegado el momento, emprenderé
la corta carrera y donaré mi cometa al cielo, soltando cuerda poco a poco,
siguiendo con la mirada su viaje persiguiendo nubes, eludiendo tendidos
eléctricos o buscando otras arboledas distantes donde detener su vuelo.
Y
al final de la jornada guardaré silencio satisfecha, escucharé a mis latidos y escribiré
un verso nuevo; y, quién sabe si esa noche no me invente un lindo sueño.
Publicación aparecida en el nº 8 de «AMARANTO Cultural» en la sección: Apuntes de... Primavera
Un testo muy bello y profundo...Gracias por expresar tan bien las sensaciones que muchos sentimos.
ResponderEliminarGracias a ti, Aston Miller, por tus palabras.
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