En el interior de la sierra. |
Hoy se
cumplen seis años de la partida de Blas. Fue él quien me mostró el mundo de los
colores y el del verso libre, y también me enseñó con palabras sencillas en qué consistía la necedad, y el abuso de los poderosos, y la falta de criterio por parte de aquellos que nunca se
cuestionaron nada de lo previamente establecido...
Como cada
año, en el aniversario de su partida acuden a mi mente nuestros últimos
momentos a solas, las manos unidas y los ojos cerrados, intentando no ver para
así poder verlo todo. Le acompañé hasta su último aliento. En silencio, tan
solo suaves caricias en su mano derecha. Al fondo, La sierra Calderona y la
noche. Una noche larga en la que únicamente se oía la música estertórea emitida
desde sus entrañas.
Llegó la
lluvia y me arrebató su mano y sus ojos, sus colores y sus versos… Después
lloré como nunca creí que pudiera llegar a hacerlo. Me aseé, me recompuse
frente al espejo y le dije adiós. Tomé mi cuaderno de notas, y antes de
comenzar a decirle cuánto le echaba de menos, busqué entre los cajones de mi
escritorio los versos que le dediqué tras su primera muerte. Sí, porque Blas
murió dos veces. La primera fue en el año 1990. Pero el destino me trajo de
nuevo su mano. Albergaba otro corazón y otro brillo en la mirada. Quizás
albergaba también una vida que ya no le pertenecía y que ambos no terminábamos
de aceptar como propia.
En aquella
primera muerte surgieron los primeros versos en mis noches pendientes de la
llamada telefónica que presagiaba horas oscuras. Y después, el regreso… y la
continuidad de aquellos versos oscuros que ahora iluminaban de nuevo las horas.
Fue un poema
que Blas leyó una y otra vez cuando se lo entregué en mi propia casa. En una de
aquellas mañanas en las que su visita era habitual a la hora del primer café.
Lo leyó mientras yo preparaba la comida en la cocina. Allí, sentado en una de
las sillas junto a la mesa preparada con el mantel y las servilletas. Cuando lo
hubo leído no dijo ni media palabra. Se limitó a doblar el folio, guardarlo en
uno de los bolsillos del pantalón y volverse de espaldas para que yo no le
viera los ojos. «Me voy, Loli» me dijo en un susurro al cabo de unos minutos.
«Hasta luego» le respondí.
REENCUENTRO
Sutil es la
llama que aviva la vida,
efímera la
hora que viste de risas al alma,
amargo el tormento mío
al ver tu cuerpo dormido.
¿Dónde están aquellos sueños?
¿Dónde tus ojos de niño?
¿Dónde está tu corazón?
Irónico destino que burla así la razón,
me ha robado tu latido,
me ha apartado de tu mano
y ahora no encuentro el camino.
Son largas las horas,
son largos los días
vestidos de rasos blancos
que encadenan a tus sentidos…
Al final de mis horas,
mis días.
Al final de mis días,
mis noches.
¿Y al final de tus tardes?
Al final de tus tardes profundos
abismos
que gritan tu nombre,
que te seducen…
que enloquecen a tu razón.
Ya la impotencia se instala en mi
casa,
y el llanto se asoma a su parto
cuando tu aliento se hace despedida…
Y me rompo por dentro
y te llamo,
y grito tu nombre con fuerza,
con rabia,
y comienzo tu epitafio
escrito con lágrimas saladas…
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Irónico destino que, echándole un
pulso a la muerte,
juega tu vida a la oscuridad
y te alumbra…
y te devuelve tu luz,
y oigo otra vez tu latido,
un latido extraño ,
un latido ajeno,
desconocido…
que preña de vida tu pecho.
Y vuelvo a observar tu sonrisa
y vuelvo a verte soñar,
y vuelvo a verte luchar…
De nuevo voy de tu mano.
De nuevo observo el camino.
Las sombras pasan de largo,
y hoy, de nuevo,
te miro a los ojos,
Hermano.
En Puerto
Sagunto, Mayo-90
Ilustración: Desde el corazón de La calderona (L.Estal)
Ilustración: Desde el corazón de La calderona (L.Estal)
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