Cuando finalizó, el sol estaba ya
alto. Se había levantado al amanecer y dedicó gran parte de la mañana a
descargar sus inquietudes sobre unos folios amarillentos ya por el tiempo.
Comprobó que su caligrafía se perdía
en trazos desiguales, torcidos e ilegibles. Cambió su bolígrafo de gel por
otro, pero éste no tenía el grosor deseado y se le hacía incómodo mantenerlo
entre los dedos. «La pluma» recordó, y se dirigió al cajón donde guardaba sus
tesoros. Allí se reencontró con un viejo plumier de madera. «De dos pisos», se
dijo a sí misma adivinando una sonrisa en su rostro. Al abrirlo, un aire
cargado de diversas emociones se escapó de aquella superficie de color caoba y
la envolvió, como el aura envuelve los cuerpos de los místicos.
Bajo aquellas sensaciones de olor a
infancia, a madre y a hijos sentados frente al televisor dibujando sus primeras
letras, empezó a escribir. Cuando terminó, separó uno de los folios. Lo dobló
cuidadosamente, como se doblaban las cartas de amor, lo introdujo en el único
sobre que encontró en casa y se vistió para ir a echarlo al buzón. Cuando
llegó, comprobó que no llevaba el sello.
Finalista en el segundo certamen de microrrelatos «EL BALLET DE LAS PALABRAS»
Imagen: Ismahell.
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