Hace apenas unos días tuve el placer de asistir de nuevo a
uno de esos centros docentes en los que me siento como en casa.
En esta ocasión la invitación vino por parte de la Escuela de
Formación de Personas adultas «Esteve Paluzié», del municipio de Catarroja, en
mi comunidad.
Ante mi ignorancia acerca de la persona que da nombre al centro
quise indagar un poco sobre ella. Como suponía, se trata de una persona
relacionada con el mundo docente. Y lo fue en un momento en el que la educación
y la enseñanza no estaban al alcance de todos
Esteban -Esteve- Paluzíe y Cantalocella. Nacido en
Olot, en enero de 1806. Fue pedagogo y arqueólogo; y es considerado uno de los
padres de la pedagogía moderna española, una modernización en la
enseñanza muy necesaria a lo largo de todo el XIX.
Cuando contaba veintidós años abrió dos colegios de primeras
letras, uno en Barberá del Vallés y luego otro en Sabadell; localidades de
Barcelona de las que se vio obligado a huir, tal vez por la reacción
absolutista del monarca del momento.
Se estableció en Valencia donde continuó aplicando sus
ideales pedagógicos. En la escuela de primeras letras de Xátiva, siguiendo el
modelo empleado en el ejército, el maestro organizó las clases en función de
las edades y las ordenó en filas y listados. El método didáctico empleado
estaba basado en el aprendizaje crítico, en el que intentaba potenciar la
capacidad reflexiva de los alumnos al mismo tiempo que se ejercitaban en el uso
memorístico.
En 1840 volvió a Barcelona donde abrió un colegio que
incorporaba una biblioteca y un museo orientado a la exposición y usos
didácticos. Fundó revistas y publicó manuales de enseñanza y trabajos sobre
pedagogía y estrategia educativa, tratados, lecciones de elocuencia castellana,
colección de cuentos morales para niños…
Hizo todo eso y mucho más, y yo ahora estaba sentada en una de las aulas del centro que se corresponde con una de las habitaciones del hotel donde él residía; inmueble que donó de forma altruista al municipio para convertirlo en escuela infantil. Hoy el edificio alberga la Escuela de Formación Permanente de Adultos, en la que me encuentro dirigiéndome a un alumnado muy diferente
a aquel a quien Paluzié se dirigiera en sus Escuelas de las primeras letras;
porque el alumnado que entra a la sala y me observa mientras yo ocupo mi
asiento junto a uno de los profesores del departamento de Lengua, no viene a
aprender sus primeras letras, sino a ampliar el conocimiento de aquellas
grafías, a interpretarlas para así adentrarse en los mundos mágicos a los que
las páginas de los libros te llevan; ya sea sobre el lomo de un Platero, un
paseo por el Callejón del gato junto a Max Estrella y Latino, o como
durante las últimas clases, a situarte en los acontecimientos de unos Cuentos
del Puerto, en los que una niña un poco chalada habla con las nubes,
mientras otra vuela junto a las gaviotas ajena al seguimiento que los buitres
hacen de su vuelo. Unos Cuentos del Puerto en los que Miguel desorienta sus
pasos al volver a casa, o un niño de piel morena ve su luz primera a ras del
Mediterráneo, sobre la borda estrecha y vacilante de una patera.
En clase de Lengua están leyendo esos Cuentos de El Puerto
que yo comencé a escribir hace ya casi treinta años y que finalicé con unos
textos breves hace quince. Esos cuentos que, en principio no se escribieron con
intención de ver la luz editorial, me decidí a publicarlos en 2012, y ahora
me habían traído hasta aquí.
Hemos hablado de cada uno de ellos. Del proceso creativo, del
momento en el que los escribía, de aquellas horas y de lo que sentía cuando
redactaba cada escena.
Cuando los asistentes se implican todo fluye mejor. Con una
participación excelente una pregunta lleva a otra, y así se han ido hilvanando
cuestiones y situaciones que me han trasladado hasta otra Escuela de Adultos y
al origen de mis primeros textos o, como diría el señor Paluzíe: «mis primeras
letras». Unas primeras letras que se convertirían en artículos y
entrevistas para revistas culturales, cuentos, novelas y hasta poemas; y, como
en la jornada de hoy, en una maravillosa tarde literaria rodeada de buena
gente, gente cercana, curiosa y ávida de seguir sumando letras.
El tiempo se pasa volando y han quedado fragmentos por leer,
escenas que mostrar y versos en el aire que, sin duda, algún día leeremos
recordando aquellos primeros pasos en la que fue «mi EPA», hace ya unos
cuantos años.
Muchas gracias por haber hecho de esta, una tarde muy especial.
Fuente: Real Academia de ha historia – dbe.rah.biografías Esteban
Paluzíe Cantalocella
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