CAP. II |
La
habitación se llenó de luz y tuvo que cerrar los ojos durante un rato. Poco a
poco la vista se habituó a la claridad. La cabeza le estallaba y no lograba
recordar dónde había puesto los zapatos ni la blusa. «Por lo menos no llevo
magulladuras —pensaba mientras estudiaba su cuerpo con atención—. Bien,
Candela, a ver dónde ha dejado el señorito la pasta y sal de aquí. Hace dos días que no apareces por las
Casetas».
La
mujer buscaba sus honorarios obtenidos por una noche de placer; una noche de la
que ni siquiera recordaba el tiempo utilizado, como tampoco a la persona con la
que había empleado su erótica faceta. Eso vendría más tarde, cuando estuviera
completamente despejada. Entonces tendría fresca la memoria y decidiría si el
cliente en cuestión podía resultar una inversión, o, si por el contrario, no
merecía la pena.
«Buen
muchacho —pensó. El hombre había cumplido con su parte del trato dejando el
dinero dentro de uno de los zapatos de Candela—. Ya empiezo a recordar… Sí, era
un hombre simplón. Bastante mayor para estar todavía con su madre; porque, la
verdad es que no puede estar casado. Acabó enseguida, no exigió numeritos, fue
delicado y tímido a la vez. Y además pagó cristianamente»
—¡Ya
puedes subir, Carmen! —gritó mientras se acercaba a la habitación de la planta
baja.
—¡Ya
voy! —respondió la mujer que ya estaba acostumbrada a la clientela de
la casa— Seguro que lo habéis dejao to lleno
de mierda. El día que la Carmen se canse os vais a enterar tos. —renegaba entre dientes mientras intentaba, en vano, agilizar
sus artríticos huesos.
Carmen
rondaba los cincuenta años y estaba al servicio de la casa desde hacía más de
diez. Llegó una noche empapada por la lluvia, y con el fruto de una noche de
pasión tras las chatarras de una fábrica luchando por aferrarse a sus entrañas.
La Señora se esmeró en su labor, y en la gran mesa marmórea liberó a la Carmen
de aquel proyecto de vida que, de todos modos, no hubiera conocido la luz del
día por culpa de la miseria en la que había sido gestado.
—Toma
unas pesetas, a ver si se te alegra esa cara, mujer, que parece que estás seca
por dentro. —Candela dio una propina a la criada. Se sentía generosa, hacía un día
espléndido y llevaba dinero encima. Le compraría cigarrillos al abuelo, y a su
Quico lo llevaría al cine a ver una de esas películas de romanos que tanto le
gustaban.
«No
es mal chico mi Quico, no —pensaba—. Un poco endeble, eso sí, pero no hace
preguntas, y cuando tengo una crisis de tripa me trae los potingues de la tía
Juana y se acuesta a mi lado tomándome la mano. El tiempo pasa rápido y pronto
cumplirá doce años. Casi los mismos que tenía yo cuando lo traje a este
complicado mundo. Nunca se ha preocupado por el padre que no existe, pero no
tardará en exigirme respuestas, y entonces… ¿Cómo podré hacerle comprender?»
—¡Juana!
—llamó el tío Manuel— El Quico dice que quieres verme.
—Sí,
pasa; pero no grites tanto que no estoy sorda. ¿Has estao en el barrio de arriba? Me han dicho que hay jaleo con las
cabañas.
—Hace
dos días que no voy por allí, pero corren rumores de que los guardias no hacen
más que echarlos. Dicen que ayer se llevaron a uno preso porque se cagó en la
madre que los parió. Hoy aún no lo han soltao.
—¿Se
sabe por qué los echan.
—Unos
dicen que porque van a hacer una fábrica allí, otros que unos jardines, y los
más que porque les da la gana a los mandameses.
—El
caso es que los tiran y no hay bastante sitio pa tos. Son más de veinte familias. Aquí ya estamos bastante apretaos y no tenemos ganas de follones,
que de eso nos sobra. Solo nos faltaba lo de la Paqui. ¿Has oído algo? Si el
tipo ese se va pal otro barrio, nos
van a freír a tos.
—De
eso nadie sabe na. A la Paqui no se
la pue ver. Se la han llevao pa otro sitio. Yo ya les dije que
estaba durmiendo y que no oí na; pero
volverán y nos harán más preguntas. Ya verás… Bueno, me voy, que tengo el carro
lleno de cosas, no me las vayan a quitar.
—Anda,
vete. —Lo despidió la mujer mientras se quedaba con la vista perdida midiendo
los acontecimientos que no tardarían en complicarles su ya precaria existencia.
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