Apuntes de una nueva primavera que este año de despereza
lenta, tímida…
Hace apenas un mes el invierno se instaló de forma tardía e
insistente en nuestro entorno, vistiéndonos de frío, nieve, hielo y una más que
deseada lluvia. Fue un invierno a destiempo, cierto, pero fue bien recibido.
Ahora, pasados ya los últimos fuegos josefinos y los desfiles cofrades, la primavera se asoma dándonos la cara. Una cara limpia,
lavada por las últimas precipitaciones. Se nota en el ambiente, en el aroma de los
rosales de los patios vecinos y en la luz crepuscular que se prolonga sobre
los picos de la Espadán
En los informativos nos aconsejan que no bajemos la guardia,
que una nueva borrasca se acerca por el Atlántico y que las temperaturas se
rebelan. Yo miro al cielo y sonrío. El frío o la lluvia rebelde no me importan.
Tras el perfil de la Ponera sigo
adivinando esta nueva primavera sobre mi mar. Siento cómo la luna se posa en la
superficie del agua tiñéndola de plata. Y me invade la paz.
El mar, mi mar… ¿A qué tanto anhelo si la sierra me
proporciona cuanto preciso? Será quizá porque soy una intrusa al pie de sus
montañas. Será tal vez mi falta de empatía con las huellas impresas en la
tierra de su suelo…
A veces cierro mis ventanas, las cubro con los visillos y
bajo las persianas. Entonces entorno los ojos y me dejo seducir por algo
profundo. Tomo mis cuadernos y mi pluma, me observo indiferente a cuanto se
desarrolla en el exterior y me visto de música.
La dualidad me somete. Mi mar y esa sierra que no siento como
mía, pero que me seduce, guían mi mano. Y escribo mis notas que, en algún momento,
pasado el tiempo, tal vez alimenten un fuego en cualquier primera noche de una tardía primavera.
Fotografía de J.Manuel Tarazona
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