lunes, 16 de abril de 2018

La libreta amarilla -Cap.X-





A veces no encuentro el momento adecuado para escribir en mi libreta y demoro plasmar en ella mis sentimientos. Espero el más oportuno para que nada se inmiscuya en eso que siento. Por eso he dejado correr los días desde que regresé de mi viaje con Manuel. Fuimos a una cala preciosa en la que la luna se acomoda durante las noches de verano. Manuel me llevó inmediatamente a la orilla de la playa. No es una playa extensa de finas arenas como la nuestra. Se trata de una linda cala de aguas cristalinas pero de arenas oscuras. Una playa chica, sin agobio de gente, sin exceso de turismo. Un lugar tranquilo en el que descansar en las noches de luna llena. Esas noches en las que su reflejo sobre las aguas serenas se hace imprescindible para la balada previa a la primera noche. Porque… aquella fue nuestra primera noche.
Por un momento llegué a sentirme culpable. Deseaba pensar en mi madre, en su comodidad y en la de Sari. Hubo instantes en los que creí estar bajo la atenta mirada de un Dios en el que no creo, ese Dios al que me enseñaron a temer si no actuaba con la castidad tantas veces adoctrinada.
Pero Manuel fue paciente. Esperó a que yo me desprendiera de toda preocupación. Tras un torpe rodeo por mis pensamientos me levanté despacio de la arena, tomé mi bolsa de tela y di la espalda a la luna y al mar. «Vamos, Manuel —le dije en voz muy bajita—. Deseo ser feliz esta noche». Él no respondió. Me cogió de la mano, y así, como si fuéramos una pareja que convive desde hace años, dejamos atrás la cala.


La libreta amarilla  (Pág.129)
Ed.Olelibros -2017
Fotografía: J.Manuel Tarazona


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